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Sermones de Semana Santa 2025: Santa Cena e institución de la Eucaristía

  • archivocorpuschristi
  • 12 abr
  • 5 Min. de lectura

Jueves Santo, 17 de abril de 2025

Ex. 12, 1.8. 11-14

1 Cor. 11, 23-26

Lc. 13, 1-15

1. El evangelio de san Lucas nos dice que cuando llegó su hora Jesús se puso a la mesa con sus apóstoles y les dijo: he deseado fervientemente cenar con vosotros esta Pascua antes de mi pasión".

Hoy, Jueves Santo, conmemoramos esa cena de Pascua que Jesús quiso celebrar con los suyos. Y podemos escuchar estas palabras del Señor como dirigidas a nosotros, que somos los suyos en este momento de la lglesia y de la historia. El Señor sigue deseando ardientemente estar con nosotros y entregarnos su intimidad, pues nos ha hecho sus amigos. Y en esa intimidad una vez más nos manifiesta la profundidad y radicalidad de su amor.

Como acabamos de escuchar en el Evangelio, “Jesús, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

La historia de Jesús es la historia del amor de Dios a los hombres: un amor que le lleva a despojarse de su rango divino, a rebajarse, a hacerse radicalmente solidario del ser humano historia, tantas veces dolorosa y trágica, hasta al extremo de tomar la forma de siervo y morir en la cruz como un malhechor. El evangelio de san Juan ha escenificado este misterio del amor divino en ese gesto de Jesús de lavar los pies a sus discípulos. Es un gesto en el que se concentra todo el evangelio: Dios en Cristo arrodillado a los pies del hombre, como un siervo o criado. El amor de Dios no tiene límites.

Y qué contraste tan grande existe entre lo que nosotros, los hombres, pretendemos ser y hacernos, y lo que Dios pretende y hace: Nosotros, que somos nada, no hacemos otra cosa que buscar nuestra afirmación y exaltación, nos movemos sólo por nuestros intereses y ponemos siempre que podemos nuestro yo en el centro. Y Dios, que lo es todo, se rebaja a la condición de siervo y está en medio de nosotros como el que sirve.

Con este gesto de lavar los pies aprendemos, quizás mejor que con palabras, quién es Dios y qué camino hemos de seguir si queremos ser en verdad sus hijos. Dios es amor, pura donación y entrega de sí. Y el camino que nosotros hemos de seguir no es la soberbia, ni el egoísmo, ni la indiferencia y desprecio hacia los otros, sino la humildad, la generosidad y la misericordia, el respeto a los otros, la solidaridad y el amor. Este es el camino mejor; el camino capaz de transformarlo todo, de vencer el mal; el camino, en definitiva de la salvación.

Y por si tuviéramos alguna duda, el Señor nos dice con toda claridad: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". Y en otro lugar del evangelio dice también a sus discípulos: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado".

Éste es, queridos hermanos, el mandamiento nuevo; el mandamiento que hoy se proclama en todos los rincones del mundo donde los cristianos se reúnan para conmemorar la Cena del Señor, y en todas las lenguas imaginables. Y en este mandamiento nuevo tocamos nuestra identidad como cristianos, como claramente nos dice el Señor: "En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros”.


2. Ser cristiano implica aceptar sinceramente este mandamiento del amor como valor supremo de nuestro ser y actuar. La multitud de santos y creyentes que a lo largo de los siglos y en cualquier cultura y sociedad se han dejado arrastrar por el amor a Dios ya Jesucristo es un testimonio irrefutable de la posibilidad de vivir así nuestra fe. Imaginemos por un momento, en esta tarde y en este contexto, cómo podría ser nuestra vida, nuestra convivencia familiar, nuestras relaciones humanas o nuestra actitud en el trabajo..., imaginemos también cómo podría ser nuestra sociedad, o el mundo, si viviéramos efectivamente el amor de Dios y si el precepto del amor fraterno fuera a norma suprema de nuestra conducta. Somos millones de cristianos en el mundo... ¡Qué transformación se produciría en él si, como discípulos de Cristo, nos amáramos unos a otros como él nos ha amado! Atrevámonos a imaginarlo, o a soñarlo. Quizás ello nos mueva a desear de verdad cumplir esta exigencia fundamental de nuestra fe.


Grabado de la Última Cena. Autor: Hieronimus Natalis (1595)
Grabado de la Última Cena. Autor: Hieronimus Natalis (1595)

3. Cumplirlo también como Iglesia. La Iglesia ha de plasmar en su ser y obrar el amor de Dios: esta llamada a ser como un sacramento de ese amor. La Iglesia no ha nacido para sí, ni tiene en sí misma la razón de su ser. Está al servicio del crecimiento de su Reino. Debe mirarse cada día en Cristo para no olvidar nunca que está en medio del mundo como la que sirve. Y sirve anunciando sin desfallecer el evangelio, realizando las acciones salvadoras de Cristo que son los sacramentos y haciendo presente en el mundo el amor de Dios mediante su acción caritativa y social. Y la lglesia debe mirarse cada día en Cristo para comprender y aprender que los medios con los que ha de realizar su misión en el mundo y para el mundo han de ser acordes con el evangelio y alejarse así de toda contaminación mundana. Y esos medios evangélicos, según recuerda san Pablo a la lglesia de Éfeso, son los siguientes:

“Ceñid vuestra cintura con la Verdad y revestíos de la Justicia como coraza; calzad los pies con el celo del evangelio de la paz, llevando siempre en el brazo el escudo de la fe, para que podáis apagar con &l los encendidos dardos del Maligno. Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios".

Éstas son las únicas armas o medios con que los cristianos y la lglesia hemos de anunciar a Cristo, pues son las únicas compatibles con el mandato del amor fraterno. Y en la Plegaria Eucarística V hay una oración que hoy muy especialmente podemos hacer nuestra como cristianos y como Iglesia. Dice así:

"Danos Señor, entrañas de misericordia ante toda miseria humana; Inspíranos el gesto, la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado; ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y amor, de libertad, de justicia y de paz, para todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando".


4. En el Jueves Santo celebramos también la institución de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor y sacramento de su amor; y la institución del sacerdocio ministerial, participación del único sacerdocio que es el de Cristo, En la Eucaristía el Señor quiso quedarse en medio de nosotros hasta el fin de los tiempos, ser nuestro alimento de vida eterna y crear comunión con Dios y entre nosotros. Con el ministerio sacerdotal quiso continuar su acción salvadora en el mundo. Agradezcamos hoy estos dones de su amor, y pidámosle que nunca falten en su Iglesia sacerdotes santos que proclamen y vivan el Evangelio, que sean pastores buenos de su pueblo, y realicen en su nombre y en su persona los sacramentos de la salvación.

Y que estas celebraciones santas sean para todos nosotros una privilegiada ocasión para avivar nuestra fe y entrar en cuerpo y alma en ese camino de Verdad y Vida que es el mismo Señor Jesucristo.


Por Juan José Garrido, rector del Real Colegio Seminario de Corpus Christi.

 
 
 

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